Hipertexto
Camilo Ayala Ochoa
Entre las varias cuestiones que trata Rafael Centeno, editor de la Universidad Nacional de Quilmes, destaca el problema de la distribución de libros universitarios. Centeno confronta la situación entre México, país donde nació, y Argentina, país donde profesa. Comenta que los mexicanos tenemos el apoyo del Estado y los argentinos, en cambio, han formado redes de distribución de libros universitarios.
Pienso que hay, quizá, un estilo mexicano de administrar la cultura y es mantener y aplaudir proyectos dispendiosos sin solicitarles resultados. Existen dos organismos descentralizados del Estado que omiten a la edición académica. Ni la editorial estatal, el Fondo de Cultura Económica, ni la comercializadora de productos culturales, Educal, se han ocupado de plantear, proyectar o brindar su apoyo a las universidades editoras. Basta preguntarnos: ¿buena parte del catálogo que distribuyen o comercializan está formado por libros universitarios?, ¿hay en sus librerías títulos de varios sellos universitarios?, ¿existe algún lugar especial no para la UNAM, ni siquiera para algunas cuantas universidades, sino para el libro universitario en general en los programas culturales del Fondo?
Esos organismos oficiales no pueden dar lo que no tienen. Ya lo ha comentado Gabriel Zaid, que el potencial creador suele ser destruido por “una red de trámites, reglamentos, controles, auditorías, subordinaciones, coordinaciones, programaciones, definiciones, indefiniciones, antesalas, grillas, presiones, tironeos, despidos, inseguridad”. El problema es que todo esto es indicativo de la falta de una política de Estado para el libro, para la lectura, para la cultura.
Los editores argentinos han formado redes de distribución. Es un ejemplo, un camino, una intención. Imagino que en algún momento los universitarios en México podrán ponerse de acuerdo, sumar sus puntos de venta e intercambiar material bibliográfico. Después de todo, dialogar y colaborar es el estilo de vida, el modo de ser, universitario.