A lo largo de la historia, todas las disciplinas y profesiones que hoy consideramos como tales, inicialmente fueron actividades prácticas basadas, primero, en el ensayo y error o acierto; después, a partir de la identificación de los errores y aciertos, se comenzó a construir un conocimiento específico que se transmitía directamente en el modelo de ‘maestro y discípulo’. Posteriormente, en la medida en que se fue incrementando esa experiencia y conocimiento específicos, aumentó la reflexión sobre uno y otro aspectos en cada una de esas actividades, y ello dio paso a la sistematización tanto de lo que era conveniente efectuar en determinadas situaciones o casos, y de lo que en éstos había que evitar para no incurrir en el error o agravar lo que se pretendía resolver. En esto último radica el inicio de las disciplinas, y en la medida en que éstas aumentaron considerablemente su valoración social, fue menester que hubiera expertos en cada una de las disciplinas, lo que condujo a la conformación de profesiones y profesionales, y, en consecuencia, al establecimiento de una formación especializada, escolar, cuyo contenido --idealmente-- quedaba a cargo de aquellos que tenían bastante experiencia y un amplio conocimiento de esa disciplina o actividad, esto es, la maestría, el dominio pleno en esa labor específica.
Durante mucho tiempo, y aún hoy día, se distingue entre profesiones y oficios, en función de todo lo antedicho. Si bien, en la Edad Media se estableció la diferencia entre las “artes liberales” y las “artes mecánicas”, unas y otras aludían, respectivamente, al énfasis intelectual o al énfasis físico y pragmático; pero todas ellas implicaban un tipo de formación académica, a diferencia de los oficios, que seguían transmitiéndose en el modelo práctico y laboral de ‘maestro y discípulo’.
En los últimos años, la actividad editorial ha pasado de ser un oficio a ser una profesión, con todo lo que conlleva, no sólo en la organización y transmisión de conocimientos aplicables en la praxis cotidiana, sino también aquellos otros conocimientos que provienen de otras disciplinas y profesiones, y que permiten comprender mejor el ser y quehacer de la actividad editorial para alcanzar un óptimo desempeño. Una de ellas es la sociología de la edición, que aporta conceptos y explicaciones de lo que es la actividad editorial en los aspectos social, económico y productivo, y, asimismo, como un generador de productos peculiares valorizables simbólica y económicamente, valoración que los convierte en un ‘capital cultural’ y en un reservorio del conocimiento, percepciones, éstas, que presentan variables en cada estrato sociocultural, esto es, el perfil del lector.