Hipertexto
Camilo Ayala Ochoa
Nos dice Calímaco, el padre de la bibliotecología, que Cleombroto de Ambracia leyó el Fedón, un diálogo platónico sobre el alma, y se arrojó de un muro al Hades sin haber visto ningún mal digno del porque morir. Se ha dicho que quería entrar a la inmortalidad que Sócrates prometía.
Algo como esa avidez nos pasó. Durante la mayor parte de 2020 y los primeros meses de 2021 vimos al mundo precipitarse hacía lo digital. Algunos agentes del medio editorial lo hicieron para conservar su presencia y otros, los más, en pos de una usanza que juzgaron incontenible. Los autores recurrieron a las librerías virtuales y presentaron sus libros en telereuniones. Los impresores ofrecieron más servicios de impresión bajo demanda. Los editores engrosaron su catálogo de libros electrónicos. Los libreros pasaron a la venta en línea. Las ferias del libro se transformaron en pasarelas de conversaciones en unas como viñetas. Toda esa pantallización no significa una transformación de la economía librera. Es un inicio.
2020 marcó un record histórico en la venta de libros en Estados Unidos, Reino Unido e Italia, gracias al comercio electrónico. Los países hispanoamericanos tuvieron caídas por tener menos ambiente cibercultural.
El escritor George Moore decía que “un hombre viaja alrededor del mundo para buscar lo que necesita y vuelve a su hogar para encontrarlo”. Diálogos con lectores, editores y libreros, aunque los tenemos de manera artificial, los seguimos anhelando. No es lo mismo contar con las personas que tener a sus estelas, esbozos o avatares. La vasta vida busca presencialidad.
No seamos nuevos Cleombrotos arrojándonos al vacío. Necesitamos medir, indagar y reflexionar el paso del códice al código, del folio al DOI, del montaje al software, de la página estática a la página líquida. Para eso ha estado en estos años Interlínea. Cultura editorial y, de manera particular, la columna Hipertexto a cargo de su fiel servidor.