“Debemos informarnos de lo que a la gente le gusta leer”, dice Allison Baverstock en la entrevista para Interlínea. Y puede parecer una obviedad, pero no lo es. Desde la perspectiva del mercado, esto es un pecado. Pero no hace mucho que los índices de ventas de tal o cual libro, género o autor han dejado de ser suficientes para que las editoriales tomen decisiones.
El estudio de los públicos, basados en el consumo, nos decía, en todo caso, qué consumían en el marco de una oferta siempre limitada. Pero, en una época de hiperabundancia, donde se impone la lógica de la curaduría, resulta indispensable atender la hiperfragmentación de los lectores. Así, como industria cultural, la editorial debería seguir el patrón Netflix para perfilar a su público consumidor: en lugar de caracterizar a los lectores a través de las clásicas categorías sociológicas (clase, género, edad, lugar de residencia), ahora podemos vislumbrar si les gustan libros con personajes ambiguos, tramas de adolescentes en problemas, mujeres que lideran grupos de agentes secretos, etcétera. Una historia para cada quien, eso es lo que determina la era de la abundancia.
Ahora bien, la crisis del modelo de negocio no es la crisis de la lectura. Al contrario, la explosión de la lectura, en muy diferentes formatos y dispositivos, articulada en universos hiper y transmediáticos alimentan la conversación y expanden los universos narrativos. Las historias se amplifican en la voz de los lectores/usuarios.
Los que sepan adaptarse, desde una perspectiva ecológica, al nuevo ecosistema de convergencia mediática, aceptar perder el control de la historia, del canon, para ganar en conversación y fidelidad de comunidades de lectores/usuarios/consumidores, encontrarán caminos posibles para salir de la crisis que suponen las lógicas de producción, distribución/circulación y consumo propio de los monomedios de la sociedad de masas. Es en este sentido que el llamado de atención sobre el deber de informarnos sobre los gustos de la gente no es una obviedad, sino una necesidad para atender, entender y sobrevivir en el nuevo entorno digital.
De lo anterior se deriva no sólo la imperiosa necesidad de conocer al lector. También exige una redefinición de los roles y tareas de los actores involucrados en torno a las publicaciones. Las nociones y roles de autor, editor, distribuidor, publicista, periodista, crítico literario, influencer, librero, lector/consumidor deben considerarse no como momentos consecutivos de una cadena de producción-distribución-consumo, sino como actores que pueden (y deben asumir distintos papeles) en el proceso de comunicación que entraña un libro, revista u otro dispositivo y formato. En este tenor, el editor parece estar acomodándose al papel de gestor de contenidos, articulando no sólo el proceso de producción, publicación y venta, sino el haz de relaciones entre los diferentes actores involucrados en este proceso y en los que se anudan desde la lógica hiper y transmedial. A la función estratégica de curaduría, ahora le suma la de gestionar los universos narrativos que no empiezan ni terminan con la publicación o venta del libro. Parafraseando a Daniel Dayan (1997), sigamos en busca del público.
Referencia:
Dayan, Daniel (Comp.) (1997). En busca del público. Barcelona: Gedisa.