Quisiera puntualizar algunas características de la edición en las universidades y, en particular, en universidades públicas como es el caso de la UAM. En primer lugar, aunque resulte una obviedad, se anulan los criterios comerciales para determinar qué es o no es publicable.El criterio que prima no es la demanda potencial del mercado sino la validez de lo publicable, siguiendo las reglas de la dictaminación por pares, como subrayaron los colegas. Esto constituye un espacio de resistencia a la dictadura del algoritmo que parece no sólo ser el argumento principal para determinar qué se publica y qué no en el ámbito comercial, sino que asume en buena medida la tarea del editor.
Del planteamiento previo se se desprenden al menos dos aristas que vale la pena considerar. En primer lugar, hay que reconocer que las publicaciones académicas también responden a un mercado, aunque no siempre se lo conciba así. Las instituciones que financian y evalúan el trabajo académico, como es el caso de Conacyt y las propias universidades en México, establecen prioridades y condicionan no sólo qué se publica, sino qué se investiga. Esto redunda en una distribución de recursos que suele marginar a las ciencias sociales y a las humanidades respecto de las ciencias naturales.
En segundo lugar, y más allá de lo anterior, es necesario reconocer que la edición universitaria responde a la generación de conocimiento, tanto básico como aplicado. Aquí debemos distinguir la producción de universidades públicas y privadas. Mientras las primeras trabajan con presupuesto del Estado, fundamentalmente, y deben dar cuenta a la sociedad en su conjunto, las universidades privadas no responden más que a los intereses de quienes las financian. Es en esta distinción donde me interesa retomar una de las discusiones que emergieron durante la entrevista con los editores del área de diseño y arte de la UAM Xochimilco: el para que de las publicaciones.
A grandes rasgos se plantearon tres razones para publicar: primero, recuperar la experiencia de los académicos en el aula, en el quehacer investigativo; en segundo lugar, que eso se transforme en material didáctico para el desarrollo de las clases; y, por último, aunque sea el que más me interesa, compartir el conocimiento generado.
Si bien las dos primeras son relevantes, considero que la última es la más sustantiva para las publicaciones. Por un lado, las publicaciones responden a lo que los investigadores producen y están destinadas a ser leídas por otros investigadores. Pero, dando cuenta de otro eje de la discusión en la entrevista, hasta la aparición de la digitalización las publicaciones en las universidades no suponían que lo impreso fuera leído y discutido, al contrario, suele asumirse como característica de la edición universitaria que no se distribuya ni se difunda con eficiencia. En tal sentido, la digitalización no sólo constituye una solución para el acceso a los contenidos publicados, rebasando las fronteras tempo-espaciales, sino que debería conducir de un proceso de edición centrado en la difusión a otro centrado en el proceso de comunicación. Esto no es un cambio cosmético, es un cambio cultural que comprende a todos los actores involucrados en el proceso de generación de conocimiento y su puesta en común.