Siete años es un número cabalístico. No es gratuito llegar a los siete años con todos los pros y contras que supone realizar un programa de radio que se desarrolla en un entorno digital y que además habla de una materia que se supone que son agua y aceite: los medios y los libros no guardan una relación amable, al menos en una miopía intelectual no guardarían una relación amable. Este programa demuestra que no, que hay una relación casi orgánica en un momento de convergencia y transmedialidad.
Mucho de lo que he comentado a partir de las conversaciones de Sofía en Interlínea constatan una pluralidad de voces en el programa. Con el discurrir del programa me he dado cuenta de la evolución casi orgánica, desde una metáfora ecológica, de cómo el campo editorial se ha ido transformando y asimilando el impacto de lo digital para profundizar en lo que ya sabía hacer pero también para aprender a hacer otras cosas; para aprender a hacer cosas que tenían que ver con la formación de nuevos lectores, con la formación de nuevos editores, con nuevas formas de entablar una conversación en la comunidad que se asocia en torno a eso que llamamos edición y que es tan complejo, cada vez más complejo de definir sus límites.
Los siete años de Interlínea son un tiempo para rememorar y un tiempo para explorar hacia dónde va el campo editorial. En lugar de balance me parece que es un momento de construir una agenda de trabajo por venir. Es tiempo de seguir amplificado las voces, y voces cada vez más nuevas, cada vez más jóvenes, cada vez más desafiantes para el mercado editorial pero también para el mundo editorial que no corresponde al mundo mercantil y que se encuentra ahora en el espacio de lo digital con una oportunidad extraordinaria de repensarse. Ese me parece que es el principal desafío y la propuesta que hace Interlínea, dónde encontramos voces que no necesariamente concluyen en consenso. Este es un espacio donde no hay una línea preestablecida, donde la pluralidad remite a la vitalidad de un campo que se veía amenazado y que hoy se transforma y fortalece por el impacto de lo digital. Aunque, por supuesto, siguiendo con la metáfora ecológica, hay ganadores y perdedores y habrá quienes no han logrado adaptarse a este entorno y, quizá, terminen por desaparecer. Sin embargo, creo que tenemos una oportunidad cierta de que el campo editorial se nutra de nuevas especies para que el mundo del libro siga siendo un mundo fértil, de imaginación, de creación y conversación.
En definitiva, como lo he sostenido a largo de todas estas columnas que me han tocado realizar, me parece que el espacio del libro, el espacio editorial, sin la limitación del objeto libro, es un espacio de conversación, un espacio de comunicación sobre lo que nos pasa a los seres humanos. Es tan diverso lo que sucede en los libros que al mismo tiempo llevarlo al campo específico de lo editorial nos hace reflexionar desde esa ventana cómo se está transformando la cultura en el entorno digital contemporáneo.