Una de las fuentes importantes de las publicaciones académicas se halla en las tesis, primordialmente de posgrado, pues ello forma parte de las funciones sustantivas de la edición universitaria, a saber, difundir los trabajos de investigación que se generan en ellas. Sin embargo, la transformación de una tesis en un libro requiere bastante trabajo editorial, no sólo en cuanto a garantizar que la información del aparato crítico y los datos consignados sean correctos, sino también que la correlación de los argumentos planteados a lo largo del texto mantenga coherencia, articulación y consecuencia, además de evitar reiteraciones y, por supuesto, subsanar todas las posibles deficiencias que pudiera haber en cuanto a redacción y estilo.
Aunque se pensaría que tales aspectos deberían ser señalados y supervisados por los sinodales de la tesis, generalmente no es así. Con frecuencia, algunos de los miembros del sínodo se preocupan sólo por la inclusión de ciertos autores y enfoques teóricos, en tanto que otros sinodales se abocan llanamente a los aspectos formales. Esto mismo ocurre cuando la tesis es dictaminada para su publicación, pues los profesores e investigadores que emiten el dictamen suelen aplicar esos mismos criterios que ejercen como sinodales. A ello se debe que, en la mayoría de los casos, las tesis se hallen en una etapa previa a su consumación como obra, esto es, a ser una obra concluida y procesable por los cauces regulares del quehacer editorial para transformarla en libro, en un buen libro.
Tal situación se ha agravado en las últimas décadas con los criterios de exigencia académica que supuestamente garantizan la “eficiencia” y “avance” en la construcción del conocimiento, aunque en realidad se trata de una política obtusa y zafia que ha entronizado el mero credencialismo académico y la exigencia cuantitativa de publicar mucho, lo que ha derivado en el reciclaje de un mismo texto en varias versiones con distinto título y unos pocos pasajes modificados. Esto ha devenido en un grave amenguamiento de la genuina investigación propositiva, del verdadero ser y quehacer académicos, y ha generado, como la más perversa mercadotecnia original, una necesidad y un segmento de mercado; esto es,
la necesidad de los académicos por publicar mucho y compulsivamente, y el surgimiento de empresas que éstos contratan para que los publiquen. Por fortuna, algunas de esas compañías, como Proquest, han ido más allá del mero negocio de los servicios editoriales y se han constituido en espacios de información y vinculación académicas.