La tradición de revistas literarias en México data de fines del siglo xix, y ha estado asociada a grupos de escritores que coincidían en un planteamiento estético y, en muchas ocasiones, también generacional. En algunos casos, dichas revistas surgieron de tertulias literarias, y, en otros, emanaron de la necesidad de disponer de un espacio de publicación no sólo para difundir la obra de esos escritores, sino también para dar a conocer en México los movimientos literarios de otros países.
En la segunda mitad del siglo xx, las universidades públicas de nuestro país fueron creando centros de estudios literarios y, para dar a conocer los resultados de sus investigaciones, generaron revistas especializadas y colecciones de libros monográficos. Posteriormente, algunas universidades e instituciones gubernamentales desarrollaron revistas literarias para aportar espacios de difusión que no respondieran sólo a determinados planteamientos estéticos o generacionales, sino para dar a conocer, de primera mano, la creación literaria de México y de otros países. Una de estas publicaciones es Luvina, de la Universidad de Guadalajara. Su directora, la poeta, ensayista y académica Silvia Eugenia Castillero, ha señalado un aspecto crucial en el cambio de perspectiva de un escritor al convertirse en editor, esto es, la diferencia de enfoque y objetivos.
Mientras que la visión autoral privilegia la calidad de los textos y de la edición, la perspectiva del editor implica, además, la articulación coherente, armónica, de la revista o libro, pues conforma una propuesta estético-temática y de lectura; implica, también, pensar en costos, en los intereses intelectuales del lector y en su posibilidad económica, además de los lugares a los que acude con frecuencia para adquirir ese tipo de publicaciones. Aunado a ello, el planteamiento del editor contribuye a ampliar el conocimiento y gusto literarios del lector, al ponerlo en contacto con la diversidad tipológica de textos que se están generando en la actualidad.