Hipertexto
Camilo Ayala Ochoa
Cuando Tomás Granados Salinas tuvo que dejar la gerencia editorial del Fondo de Cultura Económica, a mi juicio injustamente, muchos pensamos que la prestigiada editorial del Estado mexicano perdía uno de sus activos más valiosos. Sin embargo, la vida nos muestra de repente la ancestral lección de que es posible ganar perdiendo. Lo que no veíamos es que el mundo editorial mexicano tenía una oportunidad que Tomás definió en el proyecto de una nueva editorial.
Grano de Sal, editorial cuyo nombre es la insinuación de una especie de acrónico de los apellidos de su creador, no es cualquier editorial. La experiencia en la maquinaria del Fondo de Cultura Económica, donde todo proceso está analizado, calculado, registrado en manuales, planificado, presupuestado, controlado y evaluado, sirve a Tomás para proyectar, con mayor libertad, títulos que surgen de las necesidades que descubre en grupos lectores.
Quizá esa combinación resuelva la diferencia entre las funciones de un organismo público descentralizado, pero al fin y al cabo público, y el emprendimiento personal; la separación entre las decisiones grupales y la resolución personal; o la incomunicación entre la administración pública y la responsabilidad social empresarial.
En 2016 Robert Darnton grabó un mensaje dirigido a la comunidad de editores universitarios de la Universidad Nacional Autónoma de México para el Coloquio Ediciones Especiales, Inusuales o de Distribución Particular, actividad que se llevó a cabo en el antiguo Palacio de San Ildefonso. El historiador norteamericano, entre varias sugestivas cuestiones, definió a los editores como “la sal de la Tierra”, metáfora que me remite a los evangelios, en los que la sal significa sabiduría y es un elemento que tiene el poder de preservar de la corrupción y la inmundicia y, al mismo tiempo, incidir sobre un medio y transformarlo.
La editorial Grano de Sal puede no sólo condimentar la vida de sus lectores sino ser un buen aporte cultural, un agente transformador del futuro.