Los profesionales de la edición y los promotores de la lectura son instancias mediadoras entre los autores y sus lectores. Por ello, los primeros toman decisiones sobre la confección del libro y, de ser el caso, sobre el tipo de imágenes que requiere el texto; los segundos se adentran en la obra considerando tanto la narración textual como la icónica, pues han de desentrañar ambos tipos de discursos para ser capaces de adecuarlos a una narración oral para su audiencia, su futuro público lector.
Esto último implica no sólo que los promotores de lectura estén capacitados en las técnicas teatrales de la lectura en atril o palatina, sino también en un dominio corporal de carácter escénico. En este sentido, podemos considerarlos como herederos de los antiguos bardos celtas y los aedos griegos, así como de los juglares del Medievo, quienes se presentaban ante un público y les recitaban poesía lírica o épica, escenificando, en esta última, cada pasaje de lo que iban narrando. Aunque no eran actores propiamente, sí requerían de un adecuado dominio de la modulación de la voz y de una clara expresión corporal, a fin de atrapar y mantener la atención de su público.
En las presentaciones de los juglares, con frecuencia éstos se acompañaban de dos o tres músicos, cuya participación desempeñaba una función similar a la que, hoy día, cumple
la música en obras teatrales y cinematográficas; esto es, ser un refuerzo enfático de cada pasaje de la narración. De ese modo, el relato oral y la música iban transmitiendo al público la intensidad de cada hecho o situación de esa historia, logrando que ese público recreara, individual y colectivamente, las emociones, los dilemas y los escenarios referidos en la narración-actuación.
En la actualidad, sin embargo, los promotores de lectura han de transmitir eso mismo pero sólo con su performance individual; atrapar la atención del público a partir de esa adecuación oral de un texto impreso, así como de la expresión gestual y corporal, y esto último tiene un carácter escénico, pues aun cuando no tengan escenografía, deben saber cómo desplazarse en el espacio de que disponen. Aunado a ello, su misión ulterior es generar en el público el interés por leer la obra que ellos han glosado.