Cuando el códice medieval logró sustituir al antiguo libro en rollo, fue introduciendo aspectos novedosos tanto visuales como textuales, ya las letras capitulares ornamentadas y en color, ya la separación de palabras o la división de núcleos textuales equiparables a capítulos, o bien, estableciendo una organización basada en una jerarquización caligráfica del texto que, con el libro impreso, se transformó en una jerarquía tipográfica.
Cada una de las formas y soportes del libro, a lo largo de la historia, ha respondido a las necesidades y posibilidades de la cultura y sociedad que les ha dado vigor y vigencia; y a ello se han abocado siempre, a partir de las tecnologías, las posibilidades editoriales y los menesteres de los lectores de la época. En cada cambio de soportes y tecnologías del libro han ocurrido, inicialmente, avances y retrocesos, rectificaciones y ratificaciones de lo que es de veras idóneo y procedente para el lector coetáneo, y tal ha sido, desde siempre, el reto de la función editorial.
En la actualidad, a diferencia de aquellos tiempos, las alternativas de soporte impreso o digital, ya no constituyen una dicotomía excluyente, sino complementaria, pues hay publicaciones más idóneas para uno u otro soporte y también para ambos, dependiendo de las necesidades y tipo de lectura de los compradores-lectores, lo cual también se afinca en la decisión y agudeza editoriales.
Aunque en los primeros tiempos de las publicaciones electrónicas predominaba la fascinación por las posibilidades tecnológicas, hoy día se ha empezado a retomar el añejo concepto de ‘bibliofilia’, buscando que los libros en formato digital retomen la belleza y experiencia con ese tipo de ediciones. Obviamente, ya no se trata del ejemplar intonso, del olor de la tinta y la textura del papel; no. Hoy día, en las publicaciones digitales, se trata de cuidar el adecuado empleo de la tipografía y las imágenes, de ocupar y potenciar todos los recursos multimedia o transmedia a nuestro alcance para preservar esa seducción y esa experiencia de lectura que no deseamos perder los bibliófilos y los editores humanistas de hoy y de antaño. Por fortuna, ya hay jóvenes editores que están laborando en ese rumbo, retomando la tradición y construyendo los nuevos horizontes.