Hipertexto
Camilo Ayala Ochoa
Perdón, pero ni es verdad que en las antípodas de la edición universitaria encontremos el enfoque comercial de un segmento editorial predador, ni es cierto que los editores universitarios son demasiado éticos, como declara Marcelo Luciano de la Asociación Brasileña de Editoriales Universitarias. Se entiende que exista una idealización de la expresión libresca del mundo universitario, pero, por ventura, sólo algunos editores comerciales son ventajistas y, por desdicha, la torre de marfil de la edición universitaria tiene varias grietas de infamia, codicia y mendacidad.
Algún escritor argentino sabía muy bien la diferencia entre los buenos propósitos y su materialización, cuando decía: El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges. Y, si algo nos ha enseñado la historia, es que la seducción del rendimiento incluye a los universitarios que buscan espacios en las publicaciones, incluso por medios fraudulentos, para engrosar sus reportes y aumentar sus puntajes de gratificación.
Pero si jugamos a las generalizaciones, podemos decir que han existido editores que saben leer pero no contar (entre los cuales están los universitarios) y los editores que saben contar pero no leer (entre los que están los grandes grupos editoriales).
No podemos los universitarios regodearnos por exhibir de manera inadecuada nuestros catálogos, preciarnos por no vender y, sobre todo, jactarnos de que nuestros contenidos no entretienen. En los tiempos que corren la comunicación entre los creadores de contenido y los consumidores debe ser amable, cordial e íntima.
Los sellos académicos dejarán de serlo si no conocen al mercado lector y trabajan en propuestas para vender cada vez más y de mejor forma a sus autores, si no convierten sus librerías en centros de convivencia y si no consiguen que sus publicaciones académicas enriquezcan y hagan gozar al público.
Para las universidades editoras, no atender estas cuestiones sería más que un pecado de omisión, un suicidio histórico.