Hipertexto
Camilo Ayala Ochoa
El último libro es un cuento de Alphonse Daudet en el que poco después de morir un bibliófilo, en su domicilio se recibe un paquete con su libro postrero recién impreso. Y dice Daudet que “el problema del alma y el cuerpo parecía estar ahí en su totalidad, entre ese cuerpo rígido que iban a enterrar y olvidar y ese libro que se desprendía de él, como un alma visible, viva y quizá inmortal…”
Algo semejante tenemos con el paso de una biblioteca integrada por papeles entintados y empastados a lo digital. Se diluyen los confines de espacio y tiempo y podemos acceder a un catálogo desde nuestros dispositivos portátiles a toda hora de cualquier día. Estamos en la sociedad de la pantalla ubicua, pérdida de mediaciones, consulta on-line y metabuscadores. El cambio ha sido rápido, como nos relata Julio Ibarra, quien recuerda participar en la alfabetización digital de usuarios de la Universidad Autónoma Metropolitana.
Una transformación más dramática se da al nivel de los particulares. El gusto acumulador de los hijos de la imprenta se ha venido perdiendo y tenemos generaciones que no mantienen bibliotecas físicas personales, que compran y desechan libros, que no tienen libreros en sus microhogares y microdepartamentos. Los anticuarios vamos de salida.
¿Qué podemos esperar en las décadas que vienen? Las tendencias indican que vendrá la integración de todas las bibliotecas, incluso las universitarias, que serán administradas por inteligencias artificiales al venir los tiempos en los que para la gente de la calle sea más importante la habituación del uso de contenidos que su preservación.
Cuando abandonemos definitivamente los edificios que albergan bibliotecas y pasemos a ambientes virtuales lectores, la humanidad verá el problema de lo material y efímero frente a lo incorpóreo en su verdadera dimensión. Quizá entonces apreciemos no a los libros sino al alma de los libros.