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El reseñista crítico

En el siglo xviii, en Europa y América, las publicaciones periódicas se constituyeron como los medios primordiales en la difusión de las ciencias exactas y sociales, así como de las manifestaciones artísticas. Sin embargo, fue en la centuria siguiente cuando los periódicos le dieron una gran importancia a la cultura e incorporaron, como colaboradores regulares, a escritores, ensayistas y académicos, quienes se desempeñaron como críticos de una o más manifestaciones artísticas.

En Francia, por ejemplo, Charles Baudelaire realizaba colaboraciones sobre las exposiciones de artes plásticas, que entonces tenían el nombre de “Salones”. En México, fueron notables y profusas las trayectorias que en tal tipo de publicaciones desarrollaron escritores como Manuel Gutiérrez Nájera, Justo Sierra, Victoriano Salado Álvarez y Amado Nervo, entre otros que colaboraron con artículos, crónicas, ensayos, notas y reseñas. Fue por esa época cuando se consolidó este último género periodístico-textual, en particular, la reseña bibliográfica, que inicialmente estimularon los dueños de editoriales que publicaban diarios, revistas y libros, pues era una manera de promover su propio catálogo de publicaciones. Ilustran lo antedicho Ignacio Cumplido, Vicente García de Torres y Mariano Galván Rivera, quienes también fueron libreros.

Ya en el siglo xx, la reseña bibliográfica cobró mayor autonomía respecto de esa finalidad comercial, fincándose más en la valoración cultural y, en su caso, estética, de la experiencia que como lector crítico y avezado en el tema efectuaba el reseñista. Evidentemente, en dicha ponderación incide el gusto y la cultura literarias de quien la realiza, pues ello le permite brindar un panorama de contexto a los lectores, a fin de que se formen una idea general de la obra reseñada, y posean elementos de juicio para emprender la lectura de ese libro, o bien, descartarla de sus intereses bibliográficos.

No obstante, quizá el mayor reto para quien elabora una reseña de tal naturaleza, es el poder apartarse de su simpatía o antipatía hacia el autor de la obra, y restringirse a su análisis y valoración del texto, no del autor como persona. En este último aspecto radica, justamente, la diferencia entre un reseñista halagador o denostador, y un genuino reseñista crítico.

 

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