La entrevista de Sofía a Isis Saavedra inspira diferentes reflexiones. Me concentraré en una: el para qué de las revistas académicas, más allá de lo evidente. De entrada, hacer público los resultados de la investigación. Un hacer público que entraña el someter tu trabajo al escrutinio de los pares académicos. De eso se trata, son las reglas del juego. Lo deseable sería poder llegar a establecer un diálogo, a confrontar perspectivas, a discutir resultados. Cuando esto no sucede, y suele ser cada vez más frecuente, nos encontramos ante una publicación huérfana. En este sentido, quisiera señalar un síntoma del trabajo académico que nos ha llevado a valorar más la publicación en sí que lo que genera la publicación. Este síntoma resulta de una lógica de producción académica que privilegia la cantidad (de lo publicado, de lo citado) frente a la calidad de lo publicado. Es por ello que resulta valiosa la preocupación de Isis por los procesos de comunicación que anuda una publicación y no solamente por su difusión. Para ello, como se reconoce en la entrevista, la digitalización ha supuesto una oportunidad para superar las barreras históricas de la distribución de publicaciones académicas. Pero, también, resulta un desafío atraer la atención de los lectores (y con ellos de los autores) ante el aluvión de contenidos que circulan en Internet. Diferenciarse no es suficiente si apostamos por el diálogo y la discusión académica. Tampoco la pulcritud de los procedimientos de dictaminación y de producción editorial parecerían suficientes. Desde ahí, especialmente en el campo de las ciencias sociales y las humanidades, es necesario reflexionar sobre la dimensión política de las publicaciones académicas. Definir una línea editorial es más que recortar una parcela de conocimiento o seleccionar temas para las convocatorias, se trata de establecer puntos de vista, construir una mirada, procurar incidir desde determinado lugar. Y esto no quiere decir dejar de procurar el rigor teórico y metodológico, ni desatender los procedimientos para garantizar la calidad de lo publicado. No tenemos tiempo para abundar en esta posición, pero, siendo consecuente con el argumento de esta columna, aspiro a que no quede huérfana, a que se discuta y refute, se confronte y problematice. En definitiva, no pretendía más que apuntar contra la inercia de publicación como punto final, apostando por la discusión pública como el para qué ineludible de las revistas académicas.
El para qué de las revistas académicas