Hipertexto
Camilo Ayala Ochoa
En el cuento El Zahir, Borges hace decir al protagonista que el dinero es abstracto, es tiempo futuro, nada más cierto en el mundo libresco porque los precios al público de los libros sólo tienen sentido cuando hay suficientes lectores para pagarle regalías a los autores, dar ganancias a las editoriales que publican, y mantener a las librerías que los ofrece. Hay tantos ejemplares que se dan en cortesía y tantas devoluciones, que uno se asombra al ver que el sistema sigue funcionando, que exista un negocio editorial, dicen que es terquedad y parecen cosas de encantamiento.
El precio de venta al público aplica en México para los libros que se editan por un lapso que se viene extendiendo a 36 meses, contados a partir de su fecha de entrada al país. La medida aumenta la lectura y ha facilitado el acceso equitativo a los libros, y que las librerías compitan con servicios y no con descuentos. El precio único reconoce un problema de oferta, pero olvida la demanda, ¿qué importa más, la producción o la distribución? Voy por la autorregulación.
En México, las editoriales apuestan por aumentar la producción de títulos en un mercado que, en el mejor de los escenarios, está estancada y lleva una enorme rotación de novedades.
Desde un punto de vista del lector, eso es saturación, o como argumenta desde hace años Gabriel Zaid, hay demasiados libros en México, es decir, que los tirajes son mayores al número de compradores de libros, las rebajas que las editoriales y librerías hacen a su personal o sus comunidades, y los descuentos encubiertos con puntos de fidelidad hacen que todo sea una simulación.
Enrique Contreras tiene razón en que debemos ver todos los vértices, la ley no considera el caso del tiraje bajo demanda, y el libro electrónico que tiene una lógica de pesos dinámicos. El dinero, pues, es tiempo futuro y ese juego de azar aún con los dados cargados de precio único representa una gran incertidumbre en estos tiempos pandémicos.