Es posible representar al autor promedio de mediados del siglo XIX escribiendo en soledad, pluma en mano, sobre una mesa llena de papeles emborronados. 

A mitad del siglo XX tecleando en una máquina de escribir, ordenando con esmero hojas manchadas por corrector. Al de inicios del siglo XXI frente a la pantalla. ¿Cómo figurar al autor futuro?

Desde hace tiempo, la figura autoral está en jaque y los esfuerzos de la escritura van en el sentido de no solo permitir la autoría colaborativa, la inteligencia sintética, la intervención de los textos y la generación de contenidos por los usuarios, sino la construcción de narrativas no centradas en la escritura.

Se viene rompiendo la secuencia de la letra impresa. Desde la narrativa imagética, hemos incorporado al texto contenidos de música, radio, televisión, cine, teléfono, videojuegos y aplicaciones; además de olores, colores y sabores. Lo olíamos en capas que podemos discernir diáfanamente y, en ocasiones, en una integridad indescifrable. Cuando la sociedad incorpora un medio lo hace en todos los aspectos, y al tener a la mano varios canales y recursos mediáticos, se adaptan a ellos el comportamiento, así como la producción y consumo de contenidos.

Lo ha dicho Henry Jenkins en Cultura convergente, donde chocan los viejos y los nuevos medios: la convergencia cultural altera la relación entre mercados, industrias, géneros y públicos.

De las Tecnología de Información y Comunicación, TIC por sus siglas, pasamos a las Tecnologías del Aprendizaje y del Contenido, TAC, y después a las Tecnologías del Empoderamiento y la Participación, TEP, la Transmedia corresponde más al TEP. 

Belén Santa cita al libro Hamlet en la holocubierta de Janet Burrie, quien nos dice que un medio lineal puede no puede representar la simultaneidad de procesos que se da en el cerebro. La complejidad del cyber cerebro actual es mayor a las de aquellos autores que escribieron bajos luz de velas, envueltos en luz de focos o ante emanaciones de pantalla.