Cada vez es más extendida la idea de que las publicaciones científicas relevantes son las revistas especializadas, sean impresas o en formato electrónico. Ciertamente ésa ha sido la tendencia en universidades y centros de investigación desde hace unas décadas, y se debe a que en las ciencias biomédicas, la biología y la física experimental, por ejemplo, son esos medios los que permiten dar a conocer, en un tiempo mucho menor que en la publicación de un libro, los avances y los resultados en las investigaciones.
No obstante, hay áreas científicas, como la física teórica o las matemáticas, cuyos resultados de investigación pueden requerir un espacio mucho mayor del que les brinda una revista especializada, pero el esquema académico actual exige un determinado número de artículos publicados en un lapso máximo de tres o cuatro años. Tal criterio cuantitativo proviene de un esquema laboral fabril o empresarial, y se ha entronizado en el ámbito académico, en el cual, para supuestamente garantizar la calidad y originalidad de los artículos, hay rigurosos comités de expertos en las revistas, y, aunado a ello, se han elaborado índices de impacto y mediciones del número de citas que de ese artículo hay en otros textos. De nuevo, otro criterio cuantitativo.
En el caso de los comités de expertos, tampoco son una cabal garantía del valor académico y científico del artículo, pues no son pocos los casos en que revistas de prestigio internacional han publicado textos en que se manipularon y falsearon los resultados de los experimentos para ajustarlos a la comprobación de la hipótesis que dio origen al proyecto, e incluso, hay casos en que algunos datos fueron inventados a partir de una inferencia creíble para terminar el artículo a tiempo.
Aún más grave me parece que dicho esquema de evaluación académica restrinja, hasta la extinción, el posible surgimiento de obras científicas de gran aliento y alcance, pues recordemos que Darwin ocupó más de dos décadas en realizar la versión final de El origen de las especies, y Newton, cerca de diez años en madurar y redactar sus Principios matemáticos de filosofía natural. Actualmente, ellos, y muchos otros científicos que han sido fundamentales para el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, quedarían fuera de las instituciones académicas. O tal vez, nunca hubieran escrito esas grandes obras, sino que
las habrían ido retaceando en artículos disociados que les permitieran cumplir y sobrevivir, como hacen buena parte de los científicos actuales.