En la Francia de la segunda mitad del siglo xviii, hubo un debate entre los intelectuales acerca del acceso a los libros y el conocimiento, ello generado por las leyes que limitaban el derecho de exclusividad para que un librero-editor publicara determinadas obras. Diderot, por un lado, afirmaba que un autor, al ser propietario de sus obras, tiene pleno derecho de conceder a un editor la exclusividad de producirlas y venderlas, y que tal facultad no puede ser limitada por nadie. Por otro lado, Condorcet señalaba que la propiedad literaria que no tiene límites es injusta y contraria al progreso, ya que establece el monopolio de una sola persona sobre un saber que debe ser un bien común. A partir de tales perspectivas, se fueron desarrollando leyes que, sin menoscabo del interés público, buscan proteger el derecho de todo autor sobre su obra, tanto en términos morales como económicos o patrimoniales.
En la actualidad, aquel antiguo debate ha vuelto a ocupar la palestra a partir de las publicaciones electrónicas, en especial las revistas científicas, que en su mayoría han sido concentradas en unas pocas empresas editoriales de la iniciativa privada, así como
en compañías que intermedian entre las instituciones y los lectores especializados. Si bien con las publicaciones electrónicas se disminuyen determinados costos editoriales, ello no ha representado una disminución en el precio de venta, sino al contrario: éste se ha incrementado anualmente en el caso de revistas especializadas, lo cual ha ido limitando, cada vez más, su adquisición por parte de las bibliotecas.
Ante tal situación, diversas instituciones europeas emitieron, en 2003, la Declaración de Berlín sobre Acceso Libre en Ciencias y Humanidades, mediante la cual se busca garantizar el acceso gratuito a la información científica y humanística financiada por cualquier Estado, siempre que su consulta y utilización sea con fines académicos. El modelo de Acceso Libre u Open Access busca contrarrestar las restricciones económicas y tecnológicas que han ido imponiendo las empresas que concentran gran parte de la información científica y humanística, lo que —como diría Condorcet— se traduce en un monopolio de un bien que es común y al cual todos tenemos derecho de acceder.
Frente a esto, diversas empresas editoriales de varios países, agrupadas en el proyecto Edición Libre u Open Edition, emprendieron un proyecto que busca conciliar, equilibradamente, el acceso a ese bien común y la posibilidad de que una empresa privada sea viable. Al respecto, uno de los planteamientos de Pierre Mounier que me parecen relevantes es el retomar una de las funciones primigenias del editor, a saber, el ser un filtro confiable de las múltiples obras existentes, un organizador de las mismas y un consejero-informador de qué publicaciones, de su catálogo, pueden interesar a cada uno de los lectores-clientes de la casa editora.