El escritor portugués José Saramago fue corrector de estilo y de pruebas durante muchos años, y en una de sus novelas condensó esos tiempos de experiencia profesional. Se trata de Historia del cerco de Lisboa, obra que aborda un texto historiográfico sobre la recuperación del castillo de Lisboa que habían conquistado los moros, y que el rey portugués Afonso Henriques, en el siglo xiii, reconquistó con la ayuda de una milicia de soldados que iban a las Cruzadas en aras de reconquistar el Santo Sepulcro, en Jerusalén. La historia de esta novela, sin embargo, trata más sobre la vida y conciencia del corrector, Raimundo Silva, respecto de su labor profesional y sus reflexiones sobre los autores.
En una conversación de tal personaje con un historiador cuya obra estaba corrigiendo Silva, el autor le dice: “Tengo la impresión de que ha equivocado usted la vocación, lo que debía ser es filósofo o historiador”, a lo cual respondió Silva: “Me falta la preparación, señor”. No obstante, Saramago sabía muy bien que los correctores y los editores-redactores, para desempeñarse apropiadamente, han de poseer una cultura enciclopédica, no sólo de historia y filosofía, también de literatura, de ciencias exactas y ciencias sociales, de las artes y, por supuesto, un estupendo conocimiento de la lengua, no sólo la materna, sino también otras en las que se es capaz de comprender e incluso traducir.
Por ello, es común que los expertos en redacción editorial sean también escritores y traductores, investigadores y bibliólogos, y, sobre todo, grandes lectores y autodidactas por vocación, más allá del notable apoyo con que en las últimas décadas se cuenta en la profesionalización editorial. Aunado a ello, para corregir textos literarios se requiere el conocimiento y la sensibilidad literarias, el ser genuinos lectores críticos y avezados en ese arte que es la más elevada manifestación de las lenguas, pues de otro modo no se podría ser un interlocutor apropiado que le sugiera al autor algunos cambios o corrección que mejoren su texto, la razón de ser de los profesionales de la edición, cuya encomienda es, de continuo, cuidar y conciliar, a partir del texto y la publicación, los intereses del autor, de la casa editora y del lector.