Antonio Sánchez Pereyra, responsable del repositorio SciELO, nos dice que la evaluación adquirió una dimensión desproporcionada. No sólo se evalúa con factores de impacto y otros indicadores al investigador sino a revistas, instituciones y países. Y es que un sistema de tasa y medición está basado, a fin de cuentas, en categorización, comparación y competencia.

En 2007, con Gary Wolf y Kevin Kelly, se inauguró el movimiento del Yo Cuantificado que es una forma de entender la vida a través de su registro digital con ayuda de gadgets, sensores y otras herramientas. Se recopilan datos de todo: ritmo cardiaco, niveles de glucosa, horas de sueño, pasos, parpadeos, excreciones, humedad del ambiente, compras, experiencias artísticas, momentos de felicidad… El hombre ya no es la medida de todas las cosas, son las cosas las que miden al hombre. La huella digital ha devenido en diseño digital. Eso también pasa en la academia.

En lo deportivo y en la actividad universitaria basada en monitoreo o rankings, encontraremos niveles de excelencia y desecho, premios y fracasos, honor y ordinariez. Bajo esa lógica, una inmensa cantidad de personas escriben y publican para que algunos sean vistos o citados y unos cuantos sean gratificados con financiamiento.

El barón Pierre de Coubertin, durante la inauguración de los primeros juegos olímpicos modernos en Atenas en 1896, citó una frase latina Citius, altius, fortius, es decir “más rápido, más alto, más fuerte”. Ese era el lema ideado por el fraile Henri Didon para la representación deportiva de la Escuela Dominicana de San Alberto Magno de Arcueil, Francia, que él dirigía. Podemos parafrasear el lema y establecer como ideal del académico digital: más publicado, más citado, más punteado.

La métrica individual de nuestra cibercultura construye una métrica social. Generamos información esperando que los datos sean referenciados y leídos, pero no alcanzamos a intuir una secuencia narrativa. El futuro de la cienciometría es, pues, imperceptible.