Hipertexto
Camilo Ayala Ochoa
Los avances científicos y las innovaciones tecnológicas, trascendentes, útiles y que aterrizan de un modo u otro en la vida de las personas de pie, se generan en las empresas y no en las universidades.
En México, por cada diez patentes registradas ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, sólo una no proviene de compañías, se dirá que la iniciativa privada cuenta con mejores laboratorios y cuantiosos recursos, pero la infraestructura de investigación en nuestras instituciones educativas no es menor, particularmente, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Si bien es cierto que a las empresas las mueve un ánimo de lucro, que es un poderoso motor, hay privilegios de las universidades que no tienen la industria como toda una serie de incentivos o como la concentración de los sobresuelos que representan el Sistema Nacional de Investigadores y los apoyos del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, otras ventajas son los mecanismos colegiados para proponer y dar seguimiento a los temas de investigación. Mucho explican esta situación de preminencia de las investigaciones empresariales por una falta de cultura del registro del derecho intelectual entre nuestros investigadores universitarios, pero en el fondo, existe una ausencia de compromiso social, de buscar soluciones a problemas sociales. Actualmente no se trata de ver para qué sirve la ciencia, sino de cómo se comunica la labor de los científicos. Existe una tradición en las entidades académicas de mostrar sus avances por la cantidad de artículos que publican en las revistas indexadas y el número de citas que se logran, esas son las herramientas para competir por financiamiento, premios e incentivos. Y en esa lógica, Elsevier como nos platica Tommy Doyle es una magnífica herramienta, pero también Elsevier atiende la vinculación social, porque enlaza a los editores y agregadores de contenido, con las bibliotecas y la industria, lo que a fin de cuentas es abrir posibilidades al ecosistema científico.