Desde los primeros tiempos de la imprenta europea de tipos movibles, los profesionales del quehacer editorial se formaron como aprendices de un maestro experimentado, tal como ocurría con muchos otros oficios. Si bien desde el siglo xvii se publicaron diversos manuales sobre el llamado “arte de la imprenta” en varios países europeos, fue a partir de las primeras décadas del siglo xx cuando se efectuaron las primeras iniciativas de preparación escolarizada, aunque enfocadas primordialmente al quehacer tipográfico, de grabado y de impresión.
Hacia los años sesentas de dicha centuria, tales cursos fueron incorporando otras áreas editoriales, como la corrección de estilo y de pruebas, cálculo editorial y administración, así como estrategias promocionales y de comercialización. Varias décadas después se dio un paso que ya era impostergable, esto es, la profesionalización, pues cada vez más se requiere de la especialización editorial, debido a las múltiples competencias y conocimientos que se requieren. No obstante, ello conlleva, por una parte, un buen conocimiento de todos los procesos de la edición, desde el proyecto o propuesta de un autor, hasta las estrategias de venta; mas, por otra parte, también es menester alcanzar el dominio pleno del quehacer y función que desempeña cada uno de los profesionales en la cadena o, cada vez más, la red del libro.
Dicho de otro modo, se aspira a la mayor especialización posible en determinada área editorial, pero sin incurrir en la parcelación y el aislamiento que desde hace muchos años han predominado como ideal en casi todos los ámbitos académicos y profesionales, sino allegándose información y conocimientos emanados de otras disciplinas, profesiones e incluso oficios, pues ésta es la mejor vía para comprender y afrontar apropiadamente las continuas transformaciones en la ciencia, la tecnología, la cultura y las artes, y, con ello, en las sociedades de este mundo globalizado.