En los años sesentas del siglo xx, la industria editorial estadounidense comenzó a experimentar un cambio sustancial en lo que hasta entonces había sido la naturaleza y función del quehacer editorial en todo el mundo. Dicho cambio consistió, primero, en que varias de las grandes editoriales comenzaron a adquirir otras casas editoras de menor magnitud económica pero con un buen posicionamiento ante su mercado lector gracias a la valía y coherencia de su fondo editorial. Para entonces, estas últimas empresas editoriales pasaron a convertirse en sellos de las grandes casas editoras, quienes impusieron nuevos directivos y objetivos que, casi siempre, contravenían los principios que habían consolidado a esas editoriales recién compradas.
Tiempo después, esta situación fue ocurriendo también en otros países europeos, como Gran Bretaña, Alemania, Francia, España e Italia. Posteriormente, ocurrieron dos hechos determinantes para el panorama actual de la edición: 1) que esas grandes editoriales con múltiples sellos adquirieron otro tipo de empresas ubicadas en ramos ajenos a la cultura, y 2) que diversos consorcios empresariales compraron casas editoras de distinta magnitud estructural y económica. El resultado de ambos hechos ha sido la imposición de metas financieras difícilmente realizables en una genuina empresa cultural, como lo había sido la edición durante siglos, lo cual ha conllevado el que sólo se busque publicar títulos con grandes expectativas de ventas, en detrimento de la riqueza de la oferta cultural.
Ante este panorama, un sector minoritario de editoriales que mantenían el canónico equilibrio de aportación cultural y salud económica, logró resistir a esa competencia inequitativa y, también, a las ofertas de compra por parte de esos consorcios empresariales. A partir de entonces, para identificar a esas editoriales que mantienen su autonomía, se acuñó la designación de “editoriales independientes”. Esta denominación, sin embargo, se la han autoasignado muchas editoriales que, para existir, dependen de la coedición con instituciones gubernamentales, o bien, del financiamiento parcial --llamado eufemísticamente “coinversión”-- que reciben de algún programa estatal de apoyo a la cultura. Pero el que no sean de veras independientes, no amengua, por el hecho en sí, su labor y su proyecto. Son editoriales alternativas, otra vía de la oferta cultural que aprovecha --como cualquier empresa-- los apoyos a su alcance para desarrollar su proyecto e ir al encuentro de sus lectores.