A lo largo de la historia, el libro ha tenido sucesivas formas y soportes. En el Occidente europeo, primero fue el libro tabelario, esto es, de tablillas de arcilla o de madera unidas; después se creó el rollo o volumen, una tira de lienzos de papiro unidos horizontalmente; la tercera forma se basó en el libro tabelario o liber quadratus, es decir, el “libro cuadrado, y fue el codex o códice, que en un principio se hizo con papiro, pero poco después se confeccionó con pergamino, que es piel de ganado joven, principalmente de ternera. Se unían varios trozos uniformes que se doblaban para formar cuadernillos y, luego de escribir en ambas caras, se agrupaban con tiras de cuero.
En Oriente había libros de seda y también los realizados con tiras de bambú unidas; tiempo después, en el año 868 de nuestra era, se creó en China el libro impreso, con planchas de madera grabada o libro xilográfico, y casi un siglo después, también en China, se realizó con caracteres movibles, primero de arcilla y posteriormente de metal. De manera independiente a tales creaciones, en el Occidente europeo tanto el libro xilográfico como el de caracteres movibles empezaron a producirse, respectivamente, en la tercera y quinta décadas del siglo xv.
Cada forma o soporte del libro ha tratado de asemejarse a la anterior, y cada una ha tenido tanto implacables detractores como fervientes defensores. Asimismo, cada nueva forma del libro ha conllevado cambios en la escritura y, sobre todo, en la lectura. Todo esto ha ocurrido también con el libro electrónico, desde su anuncio a principios de los años ochentas del siglo xx hasta nuestros días. Aunque es innegable que el e-book y las actuales tecnologías han impulsado de manera notable la difusión y circulación de textos a escala mundial, y con ello un incremento en la cantidad de lectores y lecturas, esto no se traduce necesariamente en un mayor acceso al conocimiento y la reflexión, pues --como ha señalado Juan Carlos Sáez-- se promueve la lectura parcial de textos y obras, la construcción de un conocimiento fragmentado y basado sólo en información, sin suficiente contexto ni cavilación, sin genuina construcción del conocimiento. Pero esto no se debe a la tecnología en sí misma, sino a la actitud humana que promueven los desarrolladores de dicha tecnología, esto es, hacerlo todo más simple, más rápido, más abarcador, más intuitivo; pero también, menos racional y más superficial.