Cada vez estoy más convencido que los circuitos de lectura que existen en Latinoamérica están atomizados y los instrumentos para medir puntos de venta, unidades de libros vendidos por habitante, tipos de lectura, librerías y ferias de libro; tienen una antagonía o un complemento, todo depende del cristal con el que miremos, en otros circuitos como vendedores de libros informales que abundan en las universidades, unidades de libros fotocopiadas o disponibles en formatos binarios, lecturas hechas en línea o en dispositivos digitales, ferias informales del libro realizadas afuera de los recintos oficiales donde se llevan a cabo las formales. Para estos aspectos, organismos como el Centro regional para el fomento del libro en América Latina y el Caribe, presidido por Fernando Zapata, tendrían que atravesar por un proceso de actualización y reflexión. Es decir, las unidades de medición formal deben por fuerza considerar que la cultura que florece de muchas maneras más allá de los canales convencionales. Ejemplo. Si una estadística nos dice que en la Ciudad de México se compraron en la Feria del Libro Infantil y Juvenil dos libros por cada visitante, y con esta cifra simplemente estoy especulando, abría que añadir, y no bromeo, los libros vendidos en la acera de Churubusco, donde se vendieron muchísimos libros.
Esta estadística aumentaría si pensamos en ferias como la de Minería, que genera un verdadero mercado alternativo afuera del palacio de Minería que no por su carácter informal debemos soslayar en las estadísticas si queremos saber realmente cómo estamos en lectura en este país, en Latinoamerica, en el Caribe, en España o Portugal que son los miembros, los países que integran este organismo. Y como vaso comunicante, las grandes interrogantes que me comunican con otro comentario a propósito de la entrevista a Gaby Vallejo es: ¿estamos midiendo cómo, cuánto y qué tan útiles son las lecturas en la red? Dejémoslo simplemente en pregunta.