Con la creación e instauración de las universidades, a finales del Medievo europeo, la actividad editorial en Occidente dejó de ser exclusiva de los monasterios católicos. Sin embargo, al igual que en los scriptoria religiosos, los amanuenses y copistas sólo corregían errores evidentes o erratas, los llamados lapsus calami, ya que las autoridades académico-religiosas les entregaban una versión autorizada por ellas, denominada exemplar, que era la que debía copiarse fidedignamente para los estudiantes. Si bien, ya para el siglo xx algunas universidades de Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos separaron la actividad meramente académica de la editorial, confiriendo a ésta mayor autonomía, ello no ocurrió en España y Latinoamérica, donde aún se subordina el quehacer editorial a las decisiones y criterios de las autoridades académicas.
Esto último ha conllevado la subordinación de la decisión editorial a la opinión autoral, es decir, la visión de funcionarios académicos, profesores e investigadores que carecen del cabal conocimiento de la edición, y, en no pocos casos, adolecen también del cumplimiento de sus responsabilidades como autores, así como de sus límites de participación en los procesos editoriales. Con ello, las instancias de la edición universitaria han sido reducidas a ser casi meras aéreas de publicación, subordinadas a las decisiones de las autoridades universitarias y, con frecuencia, a la caprichocracia autoral.
Aunque en las últimas décadas se han desarrollado diversas iniciativas de capacitación y profesionalización del gremio editorial, en general, y del académico-editorial, en particular, aún falta instruir a los profesores, investigadores y funcionarios universitarios que toman decisiones editoriales sin conocer suficientemente lo que éstas conllevan en los procesos de edición. No obstante, en las últimas dos décadas algunas universidades de España y Latinoamérica le han conferido mayor autonomía y decisión a sus áreas editoriales, tanto en la gestión de proyectos como en la planeación, conformación del catálogo y promoción del mismo, cumpliendo así, al menos, con aquella máxima sapiencial: “más ayuda el que no estorba”.