En las publicaciones periódicas del México decimonónico, uno de los profesionales del quehacer editorial era el denominado “director de página”, quien se encargaba de definir la composición tipográfica de cada sección de las planas que conformaban la publicación. Su labor consistía en organizar cada parte de la página, estableciendo jerarquías tanto tipográficas como de carácter periodístico, eligiendo también las imágenes, y las orlas, plecas o adornos gráficos que le darían más notoriedad a determinados textos, buscando con ello tanto la claridad como la armonía de cada plana. A mediados del siglo xx, dicha labor la desempeñaba el “director de arte”, precursor del “diseñador gráfico editorial”, como ahora lo llamamos.
En las primeras décadas del siglo xx, quienes colaboraban en dicha labor eran pintores y grabadores con gran conocimiento del quehacer tipográfico y la impresión. En México, dos de ellos fueron notables: Gabriel Fernández Ledesma y Francisco Díaz de León. Años después, con el exilio español en México, llegaron Josep Renau, Miguel Prieto y quien se volvería el discípulo de este último, Vicente Rojo. Todos ellos, debido a su labor pictórica, estaban al tanto de los movimientos de vanguardia europeos, desde el dadaísmo y el surrealismo, hasta el futurismo, el constructivismo y la Bauhaus. Retomaron algunos de los planteamientos estético-teóricos y pragmáticos de dichos movimientos artísticos y
los reflejaron también en sus carteles y en su contribución editorial, en lo que el notable editor y académico Federico Álvarez Arregui ha denominado la “arquitectura de la página”.
Algo similar ocurrió con los entonces llamados “dibujantes publicitarios”, que efectuaban logotipos, empaques de productos y anuncios impresos. Entre ellos se encuentran el pintor Enrique Echeverría y el gran autodidacta Hugo Herrerías Ruiz, quienes mucho aportaron a lo que hoy conocemos como diseño gráfico.