En esta nueva columna de Al Margen para Interlínea, seguimos la conversación de Sofía con Vianney González, diseñadora y coordinadora de la Licenciatura en Diseño de la Universidad Intercontinental. En esta extensión podríamos argüir que el valor de los libros puede atribuirse al contenido, a los autores, o la editorial o a su diseño, cuando este último sucede hablamos de libros-objeto. Por supuesto que hay muchos libros donde se produce el equilibrio entre el valor aportado por el diseño, y el contenido del objeto; en ambos casos, el diseño visible y admirable. También es visible cuando, por ser deficitario, el diseño interfiere sin pretenderlo entre contenidos y lectores, es por ello que quiero subrayar el valor de aquel diseño que está pensado para ser una vía de comunicación, sin ser en sí mismo una expresión de valor añadido.
Lograr esta invisibilidad entre comillas, como señala Vianney, “supone una alta dosis esfuerzo y capacitación”. Sin demeritar la creatividad, el diseño editorial entraña el reconocimiento de ciertas reglas, la comprensión del proceso de comunicación en su conjunto de las diferentes etapas y trabajos del proceso de producción, de la propuesta editorial evidentemente, de las estrategias de comercialización, distribución y exhibición, y del anclaje sociocultural del lector al que se dirige, entre muchas otras cosas.
De esto se trata la profesionalización del diseño gráfico, y no del dominio de herramientas tecnológicas, es por ello que, habiendo perfilado de la aportación del diseño gráfico al valor del libro, podemos subrayar que si bien su valor, como muchos otros, es desafiada por el desarrollo de la inteligencia artificial que permite un diseño automatizado. Las apuestas editoriales que vayan más allá del medio rendimiento comercial continuarán encontrando en el diseño un valor fundamental.