En la historia del libro y la edición, la cultura gráfica referida al empleo de imágenes en los libros tuvo una primera etapa durante la Edad Media, no sólo en el Occidente europeo, sino también en Oriente y en las culturas islámicas. Los códices medievales pasaron de ir incorporando letras capitulares con adornos de flora o fauna, a desarrollar escenas iconográficas que no siempre remitían al contenido del texto, sino que eran, por sí mismas, un relato paralelo e incluso independiente. Con el libro impreso, una técnica notable en tal aspecto fue la xilografía, que consiste en planchas de madera grabadas para representar un texto, una imagen, o bien, la combinación de ambos.
En Japón se empleaba ya desde el siglo viii de nuestra era, pero hubo de pasar mucho tiempo para que fuera utilizada en la impresión de pliegos con escenas icónicas figurativas. En Europa, hacia 1430, en Alemania, Suiza y los Países Bajos se empezó a emplear la xilografía para estampar libros cuyo primordial valor narrativo estaba en la imagen, pues sólo había dos o tres líneas de texto. En el siglo xvii, en Japón, se popularizaron los grabados con escenas eróticas, así como paisajes urbanos y campestres, de carácter costumbrista.
Ya en el siglo xx, la impresión en ófset permitió un mayor desarrollo en la elaboración de publicaciones con discursos primordialmente iconográficos, esto es, textos icónicos, escenas narrativas e incluso poéticas que van narrando una historia sin recurrir casi a ese anclaje o breve texto lingüístico, como lo definiera el semiólogo francés Roland Barthes. Hace varias décadas, con el auge de los comics, los libros para niños y jóvenes y el libro-álbum se consolidó la figura profesional del escritor-ilustrador, aunque con frecuencia puede tratarse de una función que desempeñan dos o más creadores, incluido el editor. Un ejemplo notable de ello lo constituye la actual novela gráfica, ya sea una obra primigenia o una adaptación y recreación personal y artística de un texto literario, en términos semiológicos y artísticos. Entendida así la cultura gráfica, puede identificarse y mejor apreciarse el origen
y devenir de ese planteamiento discursivo y lo que transmite a sus receptores, quienes hacen evocar a muchas personas del Medievo, esos lectores de imágenes que interpretaban gozosamente las escenas plasmadas en los vitrales catedralicios.