A finales del siglo xv, el editor italiano Aldo Manuzio sustituyó el uso de madera por cartón en las tapas de sus libros, con lo cual, además de disminuir el costo, obtuvo mayor ligereza en el peso físico de sus ediciones. Desde entonces, es el material común para la encuadernación en tapa dura. No obstante, a principios de la actual centuria, algunas incipientes empresas editoriales de Latinoamérica comenzaron a utilizar cartón y papel reciclados no sólo como una estrategia económica, sino también como un aspecto distintivo de sus publicaciones. Surgieron, así, las denominadas “editoriales cartoneras”, que son proyectos con una finalidad social, cultural y, con frecuencia, de carácter comunitario.
Sus publicaciones se caracterizan por la confección manual, artesanal, por lo cual los tirajes oscilan entre los cien y los doscientos ejemplares; son de precio asequible y están numerados. Aunque se tiene un solo diseño para la cubierta, el hecho de que su realización sea artesanal, dota de rasgos específicos a cada ejemplar, tal como ocurre con las piezas artesanales de cerámica, madera o tejido, por ejemplo.
A diferencia del común de las empresas editoriales, que buscan conciliar las finanzas con la aportación cultural, esta clase de cooperativas empresariales privilegian la conformación de su catálogo a partir de textos que consideran valiosos, más allá de su expectativa comercial. En cierto modo, en las editoriales cartoneras subyace, por un lado, una perspectiva autoral, y, por otro, la visión e interés de los promotores de la lectura. Si bien, en el ámbito profesional de la edición ello no sería bien visto, es porque no se trata de empresas concebidas como negocio, sino de colectivos que conforman esa oferta y resistencia en pro de una opción cultural soslayada por los grandes consorcios que controlan el quehacer editorial y de librería.