La confección de libros de texto a partir de grupos multidisciplinarios es un proceso muy interesante pero no tan diferente al que se sigue con el libro de autor. La selección tipográfica, las imágenes y los colores, se quedan en el terreno del editor. Alejandro Portilla nos comenta que estas fronteras las tiene claras el equipo de contenido de libros de texto de la SEP. De hecho, en la charla con Sofía, sugiere que cuando sea ha querido sintonizar el proceso editorial con el equipo que generó la propuesta, llamémosle pedagógica, los resultados no son siempre satisfactorios. Me quedo en este punto para comentar lo siguiente. El editor, como el maestro, debe pintar su raya. Con amabilidad, sugestivamente y sin cerrar los canales de comunicación con los autores. Pero hasta ahí. Comento lo anterior porque hay entidades públicas, e incluso en algunas privadas, en las que todavía prevalecen cotos de influyentismo que les facilitan a los autores meterse hasta la cocina con resultados regularmente mediocres.
Cuántas veces no hemos oído frases como: “oiga, por instrucciones del subsecretario en la portada del libro de Rocas y Minerales va un grabado de la hija del autor.” Y aunque el grabado sea de aves y esté espantoso, pasa porque pasa. O bien: “que el libro de un millón de páginas se necesita en tres semanas porque lo van a presentar en un Congreso en Chilpancingo y el director ya preparó su discurso”. Estas escenas se han ido erradicando con la profesionalización del trabajo editorial. Pero si eres editor, tarde o temprano te toparás con injusticias de ese calibre y lo mejor, créeme, es reír.