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Lectoescritura y neurobiología: el rumbo pendiente

Desde tiempos muy antiguos se ha identificado que la escritura y la lectura son dos aspectos de una de las mayores tecnologías creadas por el ser humano, aunque por entonces se les consideraba como un artificio, una imitación de lo natural, esto es, de la comunicación oral. Ya el Sócrates platónico lo había expresado en unos de sus diálogos (Fedro), y tal idea se mantuvo hasta muy entrado el siglo xx, convalidada por la influyente escuela fundada en el siglo xix por el lingüista ginebrino Ferdinand de Saussure.

Sin embargo, a partir de la segunda mitad del siglo xx, diversos semiólogos, lingüistas e historiadores de la escritura y la lectura aportaron más luces sobre el tema, y gracias a ellos sabemos, hoy día, que debido al desarrollo de la competencia lectoescritora en las últimas centurias, la escritura y la lectura no son ya una imitación de la comunicación oral, sino dos realizaciones distintas de un modelo general de lengua, presente en el individuo y en el grupo social al que pertenece, a esa comunidad de hablantes y escribientes que le dan arraigo e identidad comunicativas.

A esas investigaciones y análisis les debemos, asimismo, la certidumbre de que el soporte y forma de lo escrito determina la forma y disposición de la escritura, y que ello moldea no sólo las maneras de leer, sino también las modalidades y niveles de lectura, y, en consecuencia, incide en los procesos cognitivos del lector.

A partir de tales estudios y contribuciones, varios grupos de científicos comenzaron a estudiar, en el ámbito de la neurobiología, el comportamiento del cerebro ante la lectura y la construcción del conocimiento en términos fisiológicos. Aunque buena parte de ellos consideraron los distintos tipos de escritura y de lectura a lo largo de la historia y de las diversas culturas, cada vez más se restringen a lo que plantean las actuales tecnologías de la información y comunicación, lo que es comprensible porque --como ha señalado Manuel Gil-- conllevan una transformación en las habilidades cognitivas y es un tema de interés generalizado, al menos, en los ámbitos profesionales, académicos y empresariales a los que atañe este asunto.

No obstante, advierto, en tales empeños, una visión y explicación parcial, fragmentada, como la mayoría de los estudios previos. ¿Por qué, en tales proyectos, no se considera la colaboración de filósofos, historiadores o expertos en la lectura, psicólogos, literatos, sociólogos, comunicólogos…? ¿Se teme acaso que ocurra lo mismo que con los proyectos en que concurrieron neurobiólogos y filósofos para buscar una explicación integral de la conciencia y no lograron entenderse en cabalidad? Pienso que sí sería posible alcanzar un conocimiento integral, sistémico, de la lectura; pero se requiere de científicos con una alta vocación humanística, y de humanistas con una indubitable vocación científica.

 

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